‘Comprar’ la información como estrategia política

23 Mar

tvplasmarajoySigue hablándose y mucho de los relevos en los principales periódicos del país. A esto hay que sumarle los bailes en el accionariado de cadenas de televisión. En este momento de zozobra o, como diría el presidente del Gobierno, de ‘galerna económica’, todo movimiento en las cúpulas de los medios enseguida fija el foco en La Moncloa. Algo así como un Gran Hermano gubernamental que persigue modificar la estructura de todo, en este caso de los soportes informativos, para alargar aún más su sombra con el reparto de propaganda institucional. Su concesión es proporcional a la adulación en  titulares e textos.

Inmiscuirse en la línea de los medios es una tarea en la que el equipo de Mariano Rajoy lleva tiempo. No es nuevo. A nivel regional y local la historia ha sido una constante. No obstante, esta práctica orwelliana de serie B, a diferencia de lo que opinan algunos políticos, no garantiza el éxito electoral.

Hace no mucho (antes de la crisis y de que a ZP nadie de su partido le quisiera en la campaña de 2011), en una capital de provincia gobernaba un alcalde socialista cuya máxima era ‘comprar’ la voluntad de los medios de la ciudad. “Teniendo los altavoces, nos garantizamos el mensaje”. Eran los tiempos del ladrillo de oro.

El dinero corría a espuertas con destino en cantidades importantes a periódicos, radios y televisiones del lugar. El mensaje estaba claro: “Qué bien lo hace el Ayuntamiento”“¡Cómo soluciona los problemas de los vecinos!”. Pan para hoy y hambre para mañana. En las siguientes elecciones el regidor en cuestión perdió de estrepitosamente. La propaganda, si no es real, no surte el efecto. Aunque parezca mentira, los votantes no siempre actuamos como bobos.

Es verdad que se han dado otros ejemplos contrarios. El paradigma podría ser Madrid y los sucesivos mandatos de Esperanza Aguirre. El principal problema aquí es cuando el dinero, de sobrar, pasa a estar ensobrado y de tránsito a Suiza (convertida casi en 18ª CCAA). La compra de voluntades informativas se torna imposible y ¡no se puede hacer un reparto de licencias digitales cada año!

A partir de ahí, el editor al que hace apenas un año no le achuchaban los problemas del descuadre de la cuenta de resultados, no sólo pierde su trozo del pastel, sino que ve como las escasas porciones que todavía se reparten van a parar a una competencia más leal. Nace entonces el sentimiento de venganza, nada sutil, por cierto. La vida del periódico en cuestión es corta sin la ‘colaboración’ institucional. Entra en escena otro dicho muy castizo: “Morir matando”. ¿Está en un proceso de estas características la Comunidad de Madrid?

En el ámbito estatal, en La Moncloa se empeñan en que las voluntades editoriales se inclinen a su favor a cambio de… ¿dinero? Mariano Rajoy quizás aprendió la estrategia enGalicia, donde el mercantilismo mediático viene de… muy lejos y, casi siempre, con buenos resultados para el PP. Hay quien enmarca en esta estrategia lo acontecido en El País y El Mundo.

Pero las cosas no son como hace años. Los ‘medios serios’ nacionales y regionales ya no se identifican con el electorado, y viceversa. El presunto fin del bipartismo se refleja en la pérdida de influencia de los autocalificados periódicos de referencia. Es lo que tiene el ciberespacio. Surgen proyectos digitales ideológicamente contrarios al mando en plaza. A ellos se unen muchos de los periodistas que durante años han soportado el yugo del director/editor/propietario para no informar sobre asuntos ‘sensibles’. Del mismo modo, el descontento de la ciudadanía deambula entre las viejas y las ‘nuevas’ formaciones políticas.

Rajoy no ha sabido adaptarse a los tiempos. La equivocación del pontevedrés es tomar Galicia y sus tejemanejesmediáticos como modelo, sin tener en cuenta ciertas variables: por entonces no existía internet y España iba bien. Si a esto le sumamos que un Prestige con el que justificar ayudas sin ton ni son no asoma en el horizonte, entonces los argumentos para justificar el control de las buenas palabras a favor, ni siquiera servirá para que la labor de Somoano sea observada con cierta mesura.

Y todavía hay quién se pregunta por qué no quiero que mi hija se dedique a esto del periodismo.

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  1. ‘Comprar’ la información como estrategia política - 24 marzo, 2014

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